Me quiero ir de mi
No te rindas jamás.”
Cuatro palabras fuertes.
Cuatro palabras que alientan… y que también duelen.
Porque, ¿quién te las dice cuando no te encontrás ni a vos misma?
A veces no me veo y no hay nadie más para recordármelo. La luz se apaga, y encontrar el interruptor en la oscuridad es casi un acto de fe.
El cansancio así cansa más que correr 100 kilómetros.
Descubrí que las emociones y los pensamientos tienen un poder brutal. No se controlan; apenas se aprenden a manejar… y eso en los días buenos.
A veces hasta pierdo las ganas de llorar.
Solo siento que es demasiado, siempre lo mismo, círculos sin fin.
Como recoger arena para contarla: inútil, interminable, agotador.
No estoy arrastrándome en el piso, pero la sensación es como estar toda sucia, revolcada por dentro.
Tormentas de pensamientos.
Huracanes de sentimientos.
Y sin un porqué claro.
Solo ese comentario absurdo que uno escucha: “es que tu cerebro no funciona igual que el de todos”.
Una frase tan inconsciente… tan estúpida.
No soluciona.
No sostiene.
No abraza.
Ah, pero cómo opinan.
“Seguí el método y se va a pasar”.
Jajaja. Qué fácil suena cuando no te toca a vos cargar el peso.
Si mi libertad tuviera forma humana, le diría: soltame.
Ella quiere quedarse conmigo, aferrarse, y yo solo quiero irme un rato —descansar de mí. Es como una segunda cabeza que no se calla.
Aprender a vivir con esto es lo que toca.
Aquí hacemos todo, TODO, para sostenernos… pero hay días en que pega más duro que otros.
Hoy no tengo muchas fuerzas.
Es diciembre.
Qué ironía: el mes de las luces y yo sintiendo neblina.
Ya casi un mes con vos —sí, episodio— y honestamente… ya estoy harta.
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