ETERNAMENTE SIEMPRE



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Capítulo 1: Plutón arde en hielo

Ella era caos vestido de cola morada.
La sirena más poderosa de los océanos internos de Plutón.
Tenía un corazón con más grietas que el anillo de Saturno y una voz capaz de curar —o de condenar— con una sola nota. Todos la querían como reina, y ella solo quería ser libre. Libre del deber, del control, de la idea de que su poder tenía que salvar a otros cuando apenas podía salvarse a sí misma.

Capítulo 2: Marte sangra en fuego

Él, el marciano de ojos café, era un dios sin alma.
Fabricaba armas de destrucción masiva mientras callaba su infancia llena de gritos. No creía en el amor. No creía en los abrazos. No creía en nadie. Solo en el sonido de un planeta siendo reducido a cenizas por uno de sus rayos láser.
Era temido. Era seguido. Pero nunca había sido amado.
Y eso lo había roto tanto, que prefirió nunca mirar atrás.

Capítulo 3: Júpiter, prisión sin tiempo

Cuando el universo intervino, no pidió permiso.
Una esquirla de energía ancestral cayó sobre Plutón y Marte, transportando a ambos al núcleo mágico de Júpiter. Allí no había agua ni fuego. Allí solo había transformación.

Ella se convirtió en una bruja blanca de piel morena, ojos verdes, alma desgarrada.
Él en un elfo pálido, hermoso, cruel, de fuerza imposible.

Ambos eran... nuevos, pero con las cicatrices intactas.

El tiempo los deformó.
La adicción los consumió.
Se hicieron enemigos del mundo, de sí mismos... y, sin saberlo, del uno para el otro.

Capítulo 4: El contacto

Se encontraron por azar. O por destino.
En un desierto de Júpiter donde la arena era cristal y el cielo escupía lunas caídas.

El primer contacto fue una batalla.
Un hechizo, una daga, una mirada, un roce.

Y luego… el silencio.
Sus dedos se tocaron, y el universo contuvo la respiración.

No había hechizos que pudieran protegerlos de lo que vino después:
la conexión.

Hablaron durante lo que para ellos fueron horas, para el planeta... décadas.
Contaron sus traumas como quien abre un pecho con un cuchillo.
Se vieron. Por dentro. Por fin.

Y se desbordaron.

Hicieron el amor como quien incendia un templo. Como quien baila con la muerte y ríe.
Fueron llamas en medio del agua.
Fueron olas rompiendo montañas.

Ella lo amaba con locura. Él solo sabía amar con miedo.

Y así comenzó su infierno.

Capítulo 5: El amor como castigo

Se lastimaban con cada palabra, como si sus lenguas fueran dagas y sus dudas, veneno.
Ella quería tocarlo, pero él temía que ese contacto lo hiciera desaparecer.
Él quería protegerla, pero solo sabía hacerlo destruyéndola primero.

Se amaban sin saber cómo.
Se herían porque no sabían sanar.
Ambos con corazones llenos de galaxias rotas y lunas muertas.

Capítulo 6: La traición inevitable

Él no pudo más.
El amor lo había hecho vulnerable. Y eso era inaceptable para un asesino sin magia.

La observó dormir una noche. Tan perfecta, tan suya.
Y pensó: "Si no puede ser mía para siempre… que no lo sea de nadie."

Lloró durante siglos —pues en Júpiter el tiempo es traidor— antes de amarrarla.
La quemó con fuego robado de una estrella condenada.
Ella no gritó. Solo lo miró.

Y dijo:

> “Estoy muriendo en este planeta, pero no en los demás. Nuestra historia dura lo que dure el universo en destruirse.”



Y al morir… su hechizo se activó.

Capítulo 7: El castigo eterno

El alma del elfo se desgarró.
No murió. No vivió.
Quedó atrapado entre dimensiones donde nada tenía sentido.

Sus recuerdos eran espejos rotos.
Sus días, fragmentos de un “te amo” que nunca supo decir.
Ella lo ató con el conjuro más antiguo: el del amor no correspondido.

Y allí quedó.
El asesino sin magia.
El amante sin lengua.
El líder sin reino.
El niño sin abrazo.


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Epílogo: El eco del amor

A veces, en la aurora de Saturno, se escucha el canto de una sirena blanca.
Y a veces, en las cavernas de la luna Europa, un elfo sin alma llora con la intensidad de una supernova.

El universo no olvida.

Solo se hace el sordo.


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