Entradas

Mostrando entradas de 2025

Me quiero ir de mi

​ No te rindas jamás.” Cuatro palabras fuertes. Cuatro palabras que alientan… y que también duelen. Porque, ¿quién te las dice cuando no te encontrás ni a vos misma? A veces no me veo y no hay nadie más para recordármelo. La luz se apaga, y encontrar el interruptor en la oscuridad es casi un acto de fe. El cansancio así cansa más que correr 100 kilómetros. Descubrí que las emociones y los pensamientos tienen un poder brutal. No se controlan; apenas se aprenden a manejar… y eso en los días buenos. A veces hasta pierdo las ganas de llorar. Solo siento que es demasiado, siempre lo mismo, círculos sin fin. Como recoger arena para contarla: inútil, interminable, agotador. No estoy arrastrándome en el piso, pero la sensación es como estar toda sucia, revolcada por dentro. Tormentas de pensamientos. Huracanes de sentimientos. Y sin un porqué claro. Solo ese comentario absurdo que uno escucha: “es que tu cerebro no funciona igual que el de todos”. Una frase tan inconsciente… ...

Horas que parecen una eternidad

​ Vivir así es complicado. Es un laberinto sin mapa, un pozo sin fondo donde no sabés si vas a tocar tierra algún día. Esta sonrisa que cargo no es falsa… pero tiene tanto dolor atrás que a veces me pesa más que el cuerpo. Los días difíciles son ruines. Te borran el presente y te hacen sentir que el futuro es un rumor inventado por gente que no entiende nada. ¿Dolor? En todos lados. ¿Ganas? En ningún espacio. La tristeza rebalsa el vaso aunque no lo llenes. Pareciera que no hay nada… pero está todo, desbordándose. Y sí, a veces pienso: ¿y si la vida se me va en esto? Porque la mente no calla ni un segundo. Un pensamiento puede llevarte lejos… o puede asfixiarte. Yo ya estoy harta de sentir tanto, tan seguido, tan fuerte. ¿Alguien te ayuda a salir de este infierno? No. Aquí hacemos todo, TODOOOOO, pero ese “todo” nunca alcanza porque la desgracia viene con arrastre automático. ¿Y qué puedo hacer? Nada. Y esa palabra pesa una tonelada. La normalidad no existe. La esperan...

Un día si se fue

​ Últimamente estos meses han sido un torbellino. Todo demasiado intenso, demasiado vivo, demasiado encima. Mi alma se ha partido en mil pedazos y no hubo forma de detener la caída. Nada estuvo bajo mi control. Todo quedó fuera de mi alcance. Jamás me había dolido tanto un dolor que no nació en mi cuerpo… pero que igual me atraviesa como si fuera propio. Se destruyeron dos vidas —dos pequeñas vidas— y aunque no estaban tan unidas, igual nos arrastró a todos. Casi siete meses después, todavía arde. Todavía sangra. Algunos días es más tolerable; otros, es como despertar con una herida que no termina de cerrar. Y si encima vienen estos malditos episodios… el peso se multiplica. Hoy solo quisiera borrar acontecimientos, limpiar memorias, arrancarles el dolor con las manos. Esa parte húmeda, irracional y feroz que grita: “que no sufran, por favor”. Pero sufren. Se perdieron en ellos mismos. Se sienten confundidos, rotos, sin ánimo, sin norte. No saben quiénes son después de todo es...

MORIA DESDE ANTES

Llegaron todos. Uno a uno, con pasos lentos, cargados de algo que no sabían decirme. Mis tíos, mis primos, mi padre. Mis hijos. Y mi madre al frente, con la cara que solo pone cuando el mundo se le rompe en las manos y no puede hacer nada para evitarlo. —¿Qué pasó? —pregunté, pero ya lo sabía. Ese tipo de silencio solo aparece cuando el alma recibe un diagnóstico antes que el cuerpo. Alguien dijo que me hicieron un examen. Algo para saber qué tengo. Como si algo dentro de mí se hubiera descompuesto y recién ahora lo estuvieran viendo desde afuera. Como si todo este tiempo lo hubiera escondido bien. Demasiado bien. Mi mamá se acercó. Tenía los ojos hinchados, pero firmes. Como si hubiera llorado por mí antes de decírmelo. Como si ya supiera que no había vuelta atrás. —Tenés sida, mi amor —dijo, y me acarició la cara—. Pero viví. ¿Sí? Viví. Disfrutá. Las palabras cayeron como cuchillas suaves. No por la enfermedad. Sino por la certeza de que, aún sin virus, ya venía muriéndome de a poco....

CARTA DE DESPEDIDA, JAMAS ENTREGADA 2020

Nos amamos. Nos adoramos. Nos destruimos. Nos perdimos en las drogas, en la intensidad, en el caos. Nos dimos vida y al mismo tiempo nos la quitamos. Fuimos el vicio del otro. Un amor tan feroz que terminó por devorarnos. Te escribo desde un abismo. Con el corazón hecho trizas y el cuerpo temblando en abstinencia. Dejé las drogas el día que te dejé. Porque entendí que si no me soltaba de vos, no iba a poder salvarme. Y aún así… te amo más de lo que alguna vez quise amar. Te extraño con una angustia que no tiene forma, ni fondo, ni salida. Y aunque no lo merezcas, te sigo necesitando. Me duele profundamente que hayamos terminado así. Que después de tanto, solo quede esta tristeza sucia entre nosotros. Te juro que lo único que quería era hacerte feliz. Y terminamos destruyéndonos. Quisiera poder arrancarte de mi pecho, borrar todos los recuerdos, todo lo que huele a vos. Me aterra pensar que no voy a volver a ver tus ojos, que no voy a despertarme a tu lado, que ya no voy a ser yo quien ...

ELIJO COMPARTIRME

Yo soy amor que atrae No lo busco, porque lo que vibra en mí, llega. Llega lo que reconoce mi luz, lo que resuena con la calma que me habita, con la ternura que ofrezco sin miedo, con la pasión que no escondo. No me creo autosuficiente, me creo humana. Y está bien querer sentirme mirada, deseada, elegida. Está bien anhelar un abrazo donde descansar, una voz que me diga: “Estoy acá, con vos.” Pero no espero desde la carencia. Espero desde el amor que ya soy. Yo me abrazo todos los días. Me hablo con dulzura, me cuido, me perdono, me elijo. Y desde ese espacio… no me sobra el amor, pero tampoco me falta. No necesito gritar mi valor. Lo vivo. En cómo camino, en cómo amo, en cómo me permito sentir. Amo con el alma abierta, sin máscaras, sin juegos, y sé que eso me hace poderosa. No porque conquiste, sino porque invita. Yo no corro detrás del amor, camino con él dentro mío. Y quien quiera caminar a mi lado, lo va a sentir. Porque no soy fuego que quema por necesidad, soy fuego que calienta,...

UN HOMBRE REAL

Quiero a un hombre así Lo quiero con hambre. Hambre de vida, de verdad, de mí. Que no tenga miedo de mirarme como si pudiera leerme entera. Que no le tiemble la voz cuando dice lo que siente. Que no huya cuando algo se pone jodido. Lo quiero decidido. Con heridas que no niega. Con pasado, pero con ganas de futuro. Valiente no por no tener miedo, sino por quedarse cuando tiembla todo. Disciplinado, con propósito. Que se levante igual cuando no tiene ganas. Con la mente despierta y los huevos puestos. Lo quiero emocionalmente disponible. Que no le dé asco su ternura. Que me acaricie como si supiera que ese roce me salva del mundo. Que sea directo, pero no bruto. Que entienda que los detalles son sexo también. Que escuche. Que entienda mis tiempos. Que no me quiera domar. Quiero que sea amoroso, sí, pero con fuego. Que no me dé un amor tibio, sino de esos que queman el pecho. Que sepa llorar y hacerme reír. Que sea cursi, sin miedo al ridículo. Que me cuide sin encerrarme. Que sepa estar ...

LO QUE QUIERO ES LO QUE SE DICE DE MI

Lo quiero con huevos, con coraje. Que sepa lo que quiere y lo diga. Que no se esconda, que no se diluya, que no se apague. Que sea mente clara y alma despierta. Que se haya roto y vuelto a armar, solo, sin manual. Lo quiero emocionalmente presente. Que no escape cuando algo duele. Que no le tiemble el pulso para mirarme de frente cuando lloro o cuando ardo. Lo quiero intenso, que no le tenga miedo a la pasión, ni al cariño. Que me abrace como si entendiera que a veces el cuerpo es el único lugar seguro. Y sí, lo quiero cursi también. Que me diga cosas lindas, aunque le suene ridículo. Que tenga el coraje de ser dulce sin sentirse menos hombre por eso. Quiero que tenga inteligencia emocional. Que no necesite dominarme para sentirse fuerte. Que me escuche sin apurarme, que no se ahogue en mi sensibilidad ni me castre por sentir mucho. Que sepa jugar. Que me haga reír cuando estoy por romperme. Y físicamente... lo quiero con presencia. Grande. Espalda, manos, barba, olor que me deje tonta...

LO SIENTO PORQUE YA LO TENGO EN LA MENTE

Lo que veo, lo que quiero, lo que soy Hay algo en mí que reconoce con claridad lo que desea. No es una lista. Es un pulso. Una vibración interna que se activa cuando imagino su presencia. No se trata solo de un hombre. Se trata de lo que despierta en mí su existencia. Lo busco mentalmente despierto: decidido, valiente, inteligente. Alguien que no huye de sí mismo ni del mundo. Alguien que se ha mirado a los ojos, que ha estado en sus propias sombras y aún así camina hacia la luz. Quiero admirarlo. No por lo que tiene, sino por cómo elige ser. Emocionalmente, lo deseo presente. Intenso sin miedo, amoroso sin máscaras, directo sin violencia. Con detalles que hablan más que mil discursos. Que entienda el valor de un silencio compartido, de una caricia en el momento justo, de una escucha sin juicio. Quiero que sea masculino, sí, pero no preso de eso. Que no le tema a su ternura, a su dulzura, a su energía femenina. Que sepa reír, jugar, ser niño y ser sabio. Y que pueda abrazar mi fuego si...

COMER CORAZONES

En el reino de Calveris, donde los cielos cambian de color según el humor de los dioses, vivía una mujer que no creía en el amor… pero lo provocaba en todos. Se llamaba Elira, y su nombre se pronunciaba con un suspiro, una súplica, o un grito. Tenía la edad de los árboles antiguos y la piel tersa como la niebla antes del amanecer. Su cuerpo parecía esculpido en deseo, pero su alma… su alma era un cuarto oscuro donde el eco del enamoramiento retumbaba sin cesar. Los hombres —y algunas mujeres también— la miraban y se perdían. Era como una droga que no se aspiraba, sino que se suplicaba. No caminaba, flotaba. No hablaba, cantaba sin ritmo. Y sus ojos… oh, sus ojos. Dos soles fundidos en ámbar, capaces de quemarte el alma o iluminarte la vida. Aunque nunca ambas cosas al mismo tiempo. Elira no buscaba el amor. Nunca lo buscó. El amor, como los lobos, la olfateaba a kilómetros y la seguía, hambriento. Se alimentaba del vértigo del inicio, de ese primer temblor en la piel, de las confesione...