ESTELA
Conocí a una estela, No se si es para mi, pero me encanta sentirla.
Su presencia hace que pueda transportarme a lugares mágicos.
Cuando toma mi mano, puede llevarme a la luna y me convierte en una montaña.
Su respiración es perfecta, tiene un olor a libertad y miel.
Sus labios son tan suaves como el cantó de un pájaro, su lengua es como el sol quemando en las mañanas y su saliva es como una hortaliza de melón amargo, ácida y curativa.
Cada minuto a su lado son mil años viajando en el mundo, retrocedimos en el tiempo solo para poder ver como se creaban los suelos más áridos y allí jurarnos amor, sembrar una semilla y aún sabiendo que el suelo estaba seco creímos en lo que podía crecer.
Me encanta su cabello, mis dedos se entrelazan en cada hilo y se hacen míos mientras se ríe en el intento de separarse de mi.
Su mirada es más profunda que el océano y brilla más que todas las estrellas juntas, cada vez que lo veo me convierto pirata tratando de conquistar sus aguas y también soy astronauta haciendo mía cada estrella que compone su mirar.
Me pierdo en su mirada y allí mismo es donde me vuelvo a encontrar.
Él sabe que le pertenezco y que él es mío también, aunque ambos luchemos por no ser una pertenencia y ser del viento.
Juntamos nuestros labios y se abrió un portal, donde estaban las 7 dimensiones, el tiempo era muy rápido y se escuchaban sirenas cantar, podíamos caminar con los pies en el aire y hacernos parte de la naturaleza. Ese beso nos llevó a un lugar donde sólo existimos él y yo, no había dolor, todo era posible y sólo necesitábamos uno del otro.
Haciendo un ritual, mientras sonaban las estrellas y veíamos el color del amor, pudimos tocar nuestros pensamientos y hacernos uno con ellos, danzamos para los árboles y las hojas nos rodearon haciendo un huracán, nos hacíamos parte de la naturaleza, mientras él se convertía en el cielo yo era la montaña que adornaba su paisaje.
Nuestro abrazo fue eterno, en ese lapso cambiamos de almas, nuestros espíritus flotaron y se fueron enrollando como dos espirales, nuestros sentidos se desconectaron y el miedo se acabó, nuestra piel era lo único que podía respirar y nuestra sangre se congeló completamente para poder detener el tiempo.
Su mirada en la mía, sin duda no había mejor lugar para vivir, nos decíamos tanto sin hablar una palabra, el universo conspiro a nuestro favor y perdimos todo que nos estorbaba.
Sentíamos todo y no era nada.
Hicimos el amor tantas veces, sin tocarnos, todo flotaba bajo la melodía que sus manos podían crear en el tablero del universo, cada una llevándome al lugar donde su mente quería, haciéndome sentir suya y de nadie más.
Volé junto a él y tomamos una estrella fugaz, que nos llevó al fin del mundo, lo vi más adulto que ahora y su mirada aún de niño, los podía tener a los tres conmigo y no había nada que pudiera hacerme más feliz.
Pero su tierra no era mi tierra, no podía quedarme con él, porque cada momento algo dentro de mi moría y mis órganos dejaban de funcionar, me quedé hasta que lo único que funcionaba era mi palpitar, tres segundos antes de que dejará de latir, tuve que saltar al precipicio abandonándolo y dejando todo con él. Aún no se si él sabe porque salte y porque tuve que irme.
Desapareció en el tiempo y toda esa magia quedó atrapada en mi mente, mi olor y mi alma se perdieron junto a él.
Abrí lo ojos y allí estaba otra vez acostada en mi cama, extrañando su nariz sobre la mía y queriendo regresar a donde todo comenzó.
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