Al que escojo
No me arrepiento de nada.
Amarte fue un incendio sagrado.
Un salto al vacío con los ojos abiertos.
Fuiste cielo y abismo al mismo tiempo.
Y yo, feliz, me lancé.
Lo nuestro no fue normal.
Fue salvaje. Incontenible. Mágico.
Una energía que no se explica, solo se siente.
Nos encontramos como imanes que no saben hacer otra cosa que atraerse,
una y otra vez, sin importar el daño, el tiempo o la distancia.
Lo que tuvimos no se rompe. No se apaga. No se olvida.
Nos conectamos en todas las dimensiones.
Nuestros cuerpos sabían encontrarse incluso cuando el alma estaba rota.
Tus manos eran brújula.
Mi caos, tu hogar.
Éramos fuego, piel, instinto, alma y guerra.
Nos amamos con la misma intensidad con la que nos perdíamos.
Éramos luz y sombra, cura y veneno.
Nos bastaba una mirada para destruirnos o salvarnos.
Nuestro amor era una fuerza de la naturaleza.
Impredecible. Brutal. Sagrado.
No pedía permiso. No conocía límites.
Era magia de otras vidas.
Promesas que nacieron antes de esta existencia.
Y por eso, por más que intenten arrancarte de mí o a mí de ti…
no pueden.
Porque esto no se creó aquí.
Esto ya existía.
A veces pienso que en otra vida lo hicimos bien.
Que fuimos eternos, tranquilos, felices.
Esta vez… nos tocó arder.
Me hubiera gustado que te quedaras más cerca.
Que me eligieras más. Que te atrevieras más.
Pero no puedo odiarte.
Porque te amo con esa clase de amor que ni el tiempo ni la lógica entienden.
Tal vez en otra vida podamos besarnos hasta desaparecer.
O enloquecernos hasta encontrarnos.
Solo pido que este amor no muera.
Que se quede flotando en el aire,
alimentando a los que aún no han amado así.
Porque si algo tengo claro…
es que lo nuestro nunca fue común.
Lo nuestro fue todo.
Lo nuestro fue destino.
---
Comentarios
Publicar un comentario